Era una tarde bastante calurosa en la ciudad. Magdalena se sentó en uno de los bancos de aquel parque, miraba el transitar de la gente mientras corría el tiempo. Su lisa cabellera, de color azabache, era delicadamente movida hacía los lados por la brisa que llegaba de cuando en cuando. Poseía una mirada triste, como perdida entre sus pensamientos y sus sueños.
Se quedaba viendo las pequeñas piedras que se metían en las hendiduras de sus zapatos, también miraba el vestido de polvo que usa siempre el suelo bajo sus pies, la carrera descomunal de las hormigas que buscan comida, y el charco de agua que lleva consigo flotando una pequeña hoja de árbol. Pequeñas cosas, tal vez “insignificantes” pero las mismas ocupaban su atención.
De repente, una ola de aves voló por encima de su cabeza, ella pudo escuchar los aleteos como grandes tambores que se concentraban en sus oídos, siguió con la vista el trayecto de aquellos pájaros que volaban al cielo, sonrió levemente y poco a poco fue bajando su mirada hacía la línea del horizonte y allí la vio, caminando con un grupo de compañeras, charlando y riendo, iba su maestra de ciencias.
Esta maestra, en su escuela secundaria, era la más popular de todos. Su gran carisma, generosidad y simpatía hacía que se ganara a cualquier persona, desde los directivos hasta los padres y representantes, sin dejar de lado a los alumnos que veían en ella una especie de modelo a seguir. Tenía una sonrisa que iluminaba, jamás esta maestra pasaba desapercibida así no hablara, su porte magnético y su juventud resaltaba.
Quien hablara con ella cinco minutos ya decía que era una gran persona. Tenía una bella cabellera ondulada, estatura media y sus ojos color café. A todos siempre trató con cordialidad y nunca se recibió queja alguna sobre ella.
Magdalena la admiraba como a nadie, desde el fondo de su corazón quería ser como ella. Su maestra se convirtió en un modelo a seguir. Quería estar cerca, deseaba tanto que fuese su amiga, la mejor de sus amigas, quería contarle sus cosas, charlar como si se conocieran de toda la vida. Quería ser así de inteligente, así de carismática, segura de sí misma, alguien que fuera un centro de atención debido a su increíble personalidad.
En pocas palabras, la maestra de ciencias era su ídolo. Entonces creó una estrategia, decidió acercarse y conversar con ella, pero no siempre le resultaba y Magdalena terminaba un poco triste. Un día se le ocurrió hacerle un regalo, así compró unos bellos aretes que en el momento oportuno le hizo llegar, pero nada, no estaba resultando puesto que aún no hablaban como las mejores amigas que Magdalena tanto soñaba.
Y así pasó el tiempo. No importaba qué hiciera, la maestra seguía siendo eso… Su maestra… Y allí estaba, sentada en ese banco de aquel parque, mirando a lo lejos a la maestra conversando con las amigas de su edad. Magdalena era joven, muy joven, y no comprendía ciertas cosas de la vida. Para ella la maestra era “su mejor amiga”, pero para su maestra, ella como el resto de sus compañeros, era parte del alumnado de la escuela. Su mirada se volcó triste y perdida.
Fue entonces cuando comenzó a observar a un grupo de pajarillos que yacían cerca de ella. Divisó a un ave mayor y un par de aves más jóvenes, la mayor se acercó al charco de agua que estaba muy cerca de Magdalena, tomó y regresó con el grupo de los más jóvenes. La chica se dio cuenta, o presumió, que aquella ave les estaba enseñando que de ahí podían beber para saciar su sed, y entonces las aves más jóvenes fueron a beber agua como lo había hecho la mayor de ellos.
Después de eso, saltaron de aquí para allá un rato más. Magdalena muy emocionada creyó que lo que estaba viendo era una familia, que siempre estaban y estarían juntos. Veía cómo las aves más jóvenes eran guiadas por la mayor, aprendían de ella pues era el modelo a seguir. Sin embargo, después de un rato el ave mayor salió volando, Magdalena la siguió con su mirada pero se perdió entre algunos arbustos.
Regresó su mirada cerca del charco y aún las aves más jóvenes estaban allí, entonces les dijo:
- ¡Deben irse! ¡Ella ya se fue y deben seguirla! -.
Pero las pequeñas aves no se movían. Magdalena se preocupó mucho, pensaba que aquellos pajarillos se iban a perder, pensaba qué sería de ellos ahora que quién los cuidaba ya se había ido.
Entonces divisó que otros pajarillos llegaron al charco y ellos les mostraron que podían beber para saciar su sed, exactamente como el ave mayor les había enseñado a ellos minutos antes. Magdalena quedó deslumbrada por tal espectáculo. Un rato más todos se separaron, tomaron su camino cada quién por su lado.
La chica seguía sentada en el banco. Subió nuevamente la mirada al horizonte y vio que su maestra ya se despedía del resto de sus amigas, entonces comprendió… Llegamos a la vida para recorrer distintos caminos.
A veces nos vamos a topar con ciertas personas que admiraremos por su valentía, coraje, dedicación o alguna otra cosa que nos parezca excelente en ellas, vamos a querer seguir sus pasos pues así, si incorporamos esa actitud en nosotros, podemos vernos a nosotros mismos como -seres mejorados-.
Pero esa visión de lo que queremos ver -mejor- en nosotros, va depender directamente de nuestra personalidad.
Esa ave mayor llegó a la vida de las más jóvenes y les enseñó algo importante, pero luego se alejó porque debía continuar su camino, pues cada uno tiene su camino particularmente definido, por ello no es bueno aferrarse a alguien o un sitio, lo verdaderamente importante es valorar la enseñanza de esa persona o la posibilidad que nos dio estar en ese lugar, más no se debe permitir que se estanque el desarrollo personal de cada quién.
Magdalena comprendió que lo más importante no era agradarle a la maestra hasta el punto de llamarle “mejor amiga”, sino valorar haberse topado con esta persona en la vida y aprender de ella lo necesario. Sonrió entonces y una brisa chocó con su rostro, pero no era cualquier brisa era una que le daba aires de libertad, ya no era presa de su creencia, del cómo “deberían” ser las cosas sino que pudo ver el cómo eran de verdad, y eso llenó de calma aquel instante.
Se sintió contenta, se sintió feliz.
Miró al cielo, era hermoso aquel azul y aquellas nubes también lo eran. Respiró profundamente y el oxígeno llenó su cuerpo de energía renovada. Nuevamente volaron pájaros sobre su cabeza y ella se sintió como aquellas aves: totalmente libre. Y voló en sueños, voló así mismo, voló como aquellos pájaros en el cielo…
Waldylei Yépez
Cada ser es único y está en este mundo para cumplir propósitos destinados por Dios, el tiempo, la madurez que da la experiencia y la sabiduría que da el aprendizaje de los miles de caminos que encontramos en la vida, le indica a cada ser cual es el camino del propósito por el cual está en este universo, en el que cada cual deja su propia huella, unas para recordar, otras para aprender y admirar y otras que no alcanzan para huellas que es mejor olvidar.
Es bueno aprender y admirar a los que se destacan por su belleza interior, que iluminan con esa luz de amor a quienes pasan o están alrededor, incluso es bueno imitar las cosas buenas pero siempre complementarla con su propia esencia y estilo para que sean cada vez mejor, eso permite liberarse y avanzar.
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